domingo, noviembre 25, 2007

Almuerzo de cumpleaños...

Nunca me voy a olvidar del 25 de noviembre de 2006. Al mediodía, mi viejo me llamó para decirme que me invitaba con una cerveza. Que tenía ganas de tomarla en mi casa "nueva". Mi casa "nueva" (para él) es mi casa desde hace cuatro años ya.
Tiene esa forma extraña de comunión, viste. Como que no le garpa mucho el cariño ni la de visita al hijo ni la de bancarlo demasiado salvo que aparezca en la tapa del Clarín con un texto onda:


niño prodigio recibió premio por su inteligente plan para alimentar medio continente africano (y que de ganancias a los países del primer mundo) y se lo dedicó a su padre frente al pavor de los científicos


No sé. Por ahí estoy proyectando.
Tampoco sé lo que significa proyectar. Mi viejo siempre fue una figura muy difícil de tragar. Me exigió muchísimo y, aunque ahora no lo hace más (está más viejo y amable), siempre lo tengo en la sangre hirviendo.
Lo tengo a mi Papá hirviendo en mi sangre...
Así debería arrancar mi novela sobre mi padre. Como cualquier escritor digno de serlo. Porque tendría que exorcizarlo de alguna manera, no es cierto.
Lo cierto (y acá va el post) es que este año no vino a almorzar con una birra en casa, como había hecho el año pasado. Y a decir verdad (¡cuántas frases hechas! boah; es un post sobre mi Papá, insuperablemente previsible); me dolió.
Eso.

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