martes, diciembre 04, 2007

Embriaguez

Leí en una página web que a los 13 años, aproximadamente, antes de vivir una relación "seria" con el otro sexo, te viste unas cientos de páginas web de sexo explícito. Es extraño tener esa primera cercanía histérica, imperfecta, horrorosa (siendo exagerados) con algo que parece, después, ya de grandes, de adultos, de hombres perfectos, desarrollados, conscientes; totalmente natural (por lo menos) y altamente precioso (siendo correctos).
A mí no me pasó eso. Porque no tenía computadora cuando tenía 13. En cambio tenía revistas. Muchas revistas porno que el amigo Carlitos conseguía por su hermano el barrabrava de Argentinos Jrs. Nos juntábamos en su casa y mirábamos, apenas excitados, alguna revista con mujeres grandes, de hasta 40 años, gastadas, mal maquilladas y por supuesto, nada eróticas. Imágenes fuera de foco, mal impresas y descentradas en la página signaron mi relación con el sexo opuesto; la imagen absurda de una mujer de labios gruesos, lengua larga y violácea abriendo la boca con asco o desprecio.
Cuando tuve mi primera relación sexual, con una puta dominicana y hermosa, morocha de piel suave, labios finos y una cabeza más bajita que yo, pensaba que estar encima de ella era algo así como patinar una ola: nunca me subí a una tabla de surf pero esa imagen me cerraba. Hoy me cierra y tampoco surfeo más que en internet. No entendía lo que sentía mi cuerpo, no podía traducir esa caricia o el roce de su piel en algo placentero. Estaba en el lugar pero no estaba. Me sentía un modelo de las revistas que traía Carlitos, sin vida, sin conexión con la realidad. Como cuando te emborrachás lindo.
El único día que vi a mi tío Pancho, hermano de mi viejo, sentí curiosidad por la borrachera. Tendría unos 13 años o por ahí. Se había venido desde Puerto Madryn por el casamiento de mi primo y se había empinado hasta el jarabe para la tos. A eso de las tres de la mañana me daba consejos sobre la vejez mezclado con la formación del Boca de Marzolini; "porque Maradona no puede jugar solo, necesita un equipo que lo guespalde, un Brindisi, entendés, Brindisi era el alma del equipo, Brindisi sin Maradona, Maradona sin Brindisi; hoy no brindo".


Me quería colocar así. Apenas lo vi me fascinó y sentí que debía lograr esa mirada perdida, harta, furiosa; desaparecer a los tumbos, pensaba. Y me causó gracia hasta que tuve mi primera resaca.
Tendría 16 y estaba con Carlitos. Tomé Caipirinha, cerveza en damajuanas y un trago que se llamaba Papá Pitufo porque no me animaba a ese que salía fuego del vaso. Tambalear, amagar el paso para no tropezar, juntar el aliento en la boca para decir algo sin vomitar o caminar hecho una pluma de almohadón son las mejores sensaciones que me da la borrachera. La embriaguez, si nos ponemos melosos. Y en cada gesto trataba de imitar al tío Pancho, citando al Torito del ´84, ese del "Frigorífico Block", hablando de cosas viejas (no de la vejez) o despreciando a las chicas, que no me querían hablar, con sacudones escandalosos de muñeco de garage, herido en mi brioso orgullo de macho de Mataderos.


Hoy a la mañana, a las diez y media, falleció el tío Pancho. Tenía un cáncer que, al cortarlo con un bisturí en una de las operaciones de rutina, se le esparció por todo el cuerpo. Una de las últimas cosas que dijo fue que tenía ganas de morirse así no molestaba a sus hijos que ya bastante mala sangre se habían hecho al cuidarlo. Cuando mi viejo me contó esto, me agarró un pequeño espasmo, como un escalofrío pero no. Me sentí un fotograma de una bélica; desde una trinchera a punto de ver cómo estalla una bomba, con la boca abierta, la lengua violeta, vieja y puta.

Verlo a Carlitos, esta noche, se me hace imprescindible. Me siento patinar la ola de la muerte de mi tío El Pancho. Y no tengo ganas de pasar de largo sin tajearme con su recuerdo. Tengo ganas de sentirme mal, tengo ganas de llorarlo. Tengo ganas de acordarme de sus chistes de borracho, aunque no me haya contado ninguno y lo haya visto una sola vez en mi vida. Quiero que esto que es la muerte, esto que arranca, me lleve un brazo, un ojo, un dedo, que me falte algo, que me agote el aire o me desespere pero que no pase de largo como una ola en el mar.